La Fiesta

Era una de esas fiestas a las que no nos suele agradar asistir simplemente porque no conocemos a nadie. Yo estaba allí por ella, porque le gustaba que la acompañara a esos eventos. Poco tenía que ver yo con el mundo del arte. Para ella era un mundo afín y que disfrutaba mucho. Se la veía muy bien allí rodeada de artistas. Éstos se le pegaban como moscas y parecían adorarla. También los dueños de los museos y de las salas de exposición. En general ella siempre atraía las miradas y la atención. Así entré en su vida yo también. Cuando supe que era curadora de arte me pareció interesante aun cuando mi interés por el arte siempre había sido muy limitado. Ahora la miraba hablando con los artistas y como siempre lo disfrutaba mucho. Mirarla. Analizar cada uno de sus gestos. Sus posturas. No solo por el placer de hacerlo sino porque esa es mi profesión. A eso me dedico. A establecer perfiles y clasificar conductas y personalidades. Ahora ella venía hacia mí, siempre tenía ese detalle. De no descuidarme sabiendo que yo no me siento tan a gusto en esos eventos. No pudimos ni siquiera empezar a conversar que apareció alguien más. Pero este no era un artista, se movía y vestía como alguien más. Pronto descubrí que era el dueño de una galería de arte. No tuvo más remedio que escucharlo y prestarle algo de atención. Cuando al fin se fue, ella volvió a acercarse. —lo siento. ¡Es insoportable! Lo sé. Pero su galería es muy requerida. —no tienes que disculparte, tú estás aquí trabajando. Mientras… ¡Yo sigo tomando cócteles! —ya no va a volver—me dijo ella con una sonrisa. Y yo le dije que sí lo haría. Que no pararía hasta conseguir una cita con ella. Que había visto cómo la miraba. Cada movimiento de su cuerpo. Cada gesto demostraba el marcado interés que se había despertado en él. Ella solo sonreía y negaba con la cabeza. —¡Veo que tú también estás trabajando! Pero era distinto, yo simplemente no podía evitarlo. Perfilar. Y además estaba ella. Y lo que existía entre nosotros, pero no hablábamos de ello. Simplemente porque nada había salido de nuestras mentes. O de la mía. Ni siquiera estaba seguro de que ella sintiera lo mismo. —no volverá—insistía ella. Yo la miré a los ojos y le dije que no pensaba igual. Tal vez en ese momento mis ojos brillaron más de la cuenta porque ella acentuó su sonrisa y levantó una ceja, y ese era un gesto que yo conocía muy bien. Intenté que no se notara lo mucho que me incomodaba. Lo hacía y mucho. Pero no de una manera demasiado desagradable, solo me ponía tenso y algo incómodo. Cuando fijé mi vista detrás de ella, lo vi venir de lejos con dos copas de vino. Se lo dije. Y ella ni siquiera se volteó a verlo. Me miró directo a los ojos. —entonces vamos a deshacernos de él—dijo con énfasis mientras esbozaba una amplia sonrisa. Yo me pregunté qué tramaba. —avísame cuando esté lo suficientemente cerca para vernos. Cuando lo estuvo se lo dije. En esos momentos no tuve tiempo de pensar. Ella siempre tenía ocurrencias geniales y salidas ingeniosas. Pero no esperaba lo que siguió. Y no porque no lo hubiera imaginado alguna vez. En segundos la tuve tan cerca de mi como nunca. Ya no la miraba a los ojos, sino que me perdía en ellos. Primero en sus ojos. Luego ya no veía otra cosa que su boca. Cuando dejé de observar es porque empecé a sentirla y de verdad que no se pareció a lo que había imaginado. Por un instante creí que iba a perder la cordura. No sé a qué dimensión me arrastró, pero juro que no quería volver. Sólo nos separamos ante el tremendo ruido que hicieron las copas de vidrio al estrellarse contra el piso. ¡El pobre hombre no había podido controlarse! Ella era capaz de provocar episodios como ese y muchos más, pensaba para mis adentros mientras la escuchaba reír y sentía que me tomaba del brazo, como algunas veces lo hacía. Pero, sin embargo, después de ese beso sentía que era diferente. ¡Qué todo lo sería de ahora en más!