Apostar al Corazón

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Apostar al Corazón

Odio a la gente que da de comer a las palomas. No por las palomas en sí. Es que me recuerdan aquel día. Cuando uno concurre frecuentemente a un mismo lugar generalmente termina viendo a las mismas personas, que hacen las mismas cosas en los mismos lugares y a la misma hora. Ese día había alguien alimentando a las palomas. Y nunca había visto a nadie antes haciendo eso en esa calle. De hecho, no recordaba siquiera haber visto palomas. Ese día iba a ser el más feliz de mi vida. Al fin había encontrado alguien especial. Y estaba dispuesto a pedirle que formara parte de mi vida. Pero para eso solo faltaba que la suerte me favoreciera una vez más. Solo una vez más y tendría el dinero suficiente para lo que tenía en mente. En ese momento no le presté demasiada atención al hombre que alimentaba las palomas. Me pareció inusual, pero no le di demasiada importancia. Siempre que iba a ese lugar solo tenía un pensamiento en mente. Ganar. Solo ese pensamiento ocupaba mi cabeza. No había lugar para nada más. Jamás consideraba perder. Y no me había ido mal. Excepto por los últimos dos meses. Una mala racha suponía yo. Aunque ya debía mucho dinero. De todos modos, ese día esperaba que mi suerte cambiara y volviera a ser la de antes. Por eso lo aposté todo, absolutamente todo lo que me quedaba. Me decía a mí mismo que lo hacía por ella. Por la nueva vida que nos esperaba. Tal vez trataba de engañarme a mí mismo. No recuerdo cómo salí de allí. La cabeza me daba vueltas y me temblaban las piernas. Y no era solo por el alcohol. Había empezado a tomar conciencia de la locura que había cometido. ¡Estaba en la ruina! Había arruinado mi oportunidad de un futuro mejor. Solo eso podía escuchar, a mis propios pensamientos. Afuera no había nadie. Solo un silencio mortal. Ni rastros de las palomas. Hacía mucho frío y había neblina. Solo alcancé a dar unos pocos pasos tambaleantes cuando lo vi. Lo reconocí a pesar de la bruma. Era él. El hombre que alimentaba las palomas. Tenía algo en sus manos que balanceaba sin cesar. Yo no tenía ni las fuerzas ni los reflejos para intentar nada y él lo sabía. Supongo que era el matón del lugar. No lo había visto antes, pero era lógico porque nunca había estado en esa situación tampoco. Solamente sentí dolor, no vi venir el primer golpe ni ninguno de los otros. Lo escuché susurrar que odiaba a los perdedores y luego el dolor de los primeros golpes me dejó inmóvil. Después de unos momentos me di cuenta de que él seguía golpeándome, pero yo ya no sentía nada. Y hasta me causaba gracia ver como lo hacía. Me sorprendí al verme a mí mismo recibir semejante golpiza y no sentir nada. Me sentía afortunado de no sentir nada. Esa fue mi única fortuna, por lo demás. Lo perdí todo. El dinero, la perdí a ella y hasta mi vida. Ya estaba fuera de mi cuerpo y ni siquiera había notado cómo había salido. Estuve vagando varios días evitando las plazas para no encontrarme con nadie que alimentara palomas. Aquí también los hay. Son algunos de los que esperan, como yo. Espero que, en el próximo nivel o etapa, o como quieran llamarlo, no haya ninguno de esos. Me traen malos recuerdos. ¡Los odio de verdad! Por ahora solo me queda esperar y dejarles un consejo. No apuesten a nada más que no sea a su corazón. Y tal vez tengan más suerte que yo.
Rosi Pellier
ESCRITORA
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